Tal y como está el panorama político en general y autonómico en
particular, no creo que esta efeméride sea muy recordada o celebrada a
lo largo del año que acabamos de estrenar. Sin embargo, paradójicamente,
en un tiempo en el que todo se politiza, nada más lejos de mi intención
que polemizar en torno a la firma del Tratado de Utrecht, para tan solo
referir alguna de las consecuencias artísticas y culturales que éste
trajo consigo.
Realmente la Paz de Utrecht, por los países y
los intereses implicados, es compleja y más que de un tratado, podemos
hablar de varios tratados, pero realmente fue en 1713 cuando se
acordaron los pactos más trascendentes, aquellos que permitieron dar un
cambio de rumbo a toda Europa, a éstos se pueden añadir otros rubricados
en el año anterior o posterior.
Por lo que a nosotros
respecta, el Tratado de Utrecht, y con él el asentamiento definitivo de
la dinastía borbónica en nuestro país supuso el advenimiento de una
necesaria transformación del panorama cultural de la España de entonces,
una transformación de la que nosotros querámoslo o no, directa o
indirectamente, somos herederos.
En efecto, en unos tiempos,
en los que tanto se habla de la necesaria internacionalización del arte y
de su imprescindible cohesión con Europa, aunque algo de esto ya sabía
Ortega y Gasset frente a los presupuestos del melancólico
regeneracionismo noventayochista, lo cierto es que la firma del Tratado
implicaba una nueva alianza, al menos cultural, con el Viejo Continente.
Aun
con el alto coste geográfico que supuso para España Utrecht, la llegada
de Felipe V determinó en muchos aspectos el fin de un país ensimismado
en el trono caído del Imperio, y aquí, sí incluyo, con intención de
polemizar, nuestro gran Siglo de Oro, a favor del aperturismo hacia
Francia e Italia, con todo lo que eso suponía en el pensamiento y la
estética del llamado Siglo de las Luces.
La puerta a la
Ilustración quedaba abierta, fue tan solo un proceso de decantación que,
en algunos casos, dejó fuera de juego a ciertos creadores españoles a
favor del cosmopolitismo sofisticado de pintores como Van Loo o de
arquitectos como Juvara y Sachetti. Otro tanto podíamos decir de la
música, la estancia de Farinelli y sobre todo de D. Scarlatti en la
corte madrileña renovó la inspiración de toda una potente generación de
compositores nacionales. Por cierto, aunque adquiridos en tiempos de
Carlos IV, fue Felipe V quien ya intentó atesorar una importante
colección de Stradivarius.
Es también ahora cuando se cimienta
nuestro actual afán científico a través de la sistematización del
conocimiento, la herramienta elegida en este caso fueron las academias,
cuyo impulso inicial vino de la mano del primer Borbón. El interés por
el conocimiento y la ciencia quedaba ratificado por ciertas reformas
educativas, encaminadas al control de ésta por parte del Estado.
Javier García-Luengo Manchado
Miembro de la Asociación Monárquica Europea
No hay comentarios:
Publicar un comentario