jueves, 19 de junio de 2014

Mensaje de Su Majestad el Rey en su Proclamación ante las Cortes Generales

Comparezco hoy ante Las Cortes Generales para pronunciar el juramento previsto en nuestra Constitución y ser proclamado Rey de España. Cumplido ese deber constitucional, quiero expresar el reconocimiento y el respeto de la Corona a estas Cámaras, depositarias de la soberanía nacional. Y permítanme que me dirija a sus señorías y desde aquí, en un día como hoy, al conjunto de los españoles.


Inicio mi reinado con una profunda emoción por el honor que supone asumir la Corona, consciente de la responsabilidad que comporta y con la mayor esperanza en el futuro de España.

Una nación forjada a lo largo de siglos de Historia por el trabajo compartido de millones de personas de todos los lugares de nuestro territorio y sin cuya participación no puede entenderse el curso de la Humanidad.

Una gran nación, Señorías, en la que creo, a la que quiero y a la que admiro; y a cuyo destino me he sentido unido toda mi vida, como Príncipe Heredero y -hoy ya- como Rey de España.

Ante sus Señorías y ante todos los españoles -también con una gran emoción- quiero rendir un homenaje de gratitud y respeto hacia mi padre, el Rey Juan Carlos I. Un reinado excepcional pasa hoy a formar parte de nuestra historia con un legado político extraordinario. Como muy bien ha dicho el presidente del Congreso, hace casi 40 años, desde esta tribuna, mi padre manifestó que quería ser Rey de todos los españoles. Y lo ha sido. Apeló a los valores defendidos por mi abuelo el Conde Barcelona y nos convocó a un gran proyecto de concordia nacional que ha dado lugar a los mejores años de nuestra historia contemporánea.

En la persona del Rey Juan Carlos rendimos hoy el agradecimiento que merece una generación de ciudadanos que abrió camino a la democracia, al entendimiento entre los españoles y a su convivencia en libertad. Esa generación, bajo su liderazgo y con el impulso protagonista del pueblo español, construyó los cimientos de un edificio político que logró superar diferencias que parecían insalvables, conseguir la reconciliación de los españoles, reconocer a España en su pluralidad y recuperar para nuestra Nación su lugar en el mundo.

Y me permitirán también, Señorías, que agradezca a mi madre, la Reina Sofía, toda una vida de trabajo impecable al servicio de los españoles. Su dedicación y lealtad al Rey Juan Carlos, su dignidad y sentido de la responsabilidad, son un ejemplo que merece un emocionado tributo de gratitud que hoy -como hijo y como Rey- quiero dedicarle. Juntos, los Reyes Juan Carlos y Sofía, desde hace más de 50 años, se han entregado a España. Espero que podamos seguir contando muchos años con su apoyo, su experiencia y su cariño.

A lo largo de mi vida como Príncipe de Asturias, de Girona y de Viana, mi fidelidad a la Constitución ha sido permanente, como irrenunciable ha sido -y es- mi compromiso con los valores en los que descansa nuestra convivencia democrática. Así fui educado desde niño en mi familia, al igual que por mis maestros y profesores. A todos ellos les debo mucho y se lo agradezco ahora y siempre. Y en esos mismos valores de libertad, de responsabilidad, de solidaridad y de tolerancia, la Reina y yo educamos a nuestras hijas, la Princesa de Asturias, Leonor, y la Infanta Sofía.

Señoras y Señores Diputados y Senadores,

Hoy puedo afirmar ante estas Cámaras -y lo celebro- que comienza el reinado de un Rey constitucional.

Un Rey que accede a la primera magistratura del Estado de acuerdo con una Constitución que fue refrendada por los españoles y que es nuestra norma suprema desde hace ya más de 35 años.

Un Rey que debe atenerse al ejercicio de las funciones que constitucionalmente le han sido encomendadas y, por ello, ser símbolo de la unidad y permanencia del Estado, asumir su más alta representación y arbitrar y moderar el funcionamiento regular de las instituciones.

Un Rey, en fin, que ha de respetar también el principio de separación de poderes y, por tanto, cumplir las leyes aprobadas por las Cortes Generales, colaborar con el Gobierno de la Nación -a quien corresponde la dirección de la política nacional- y respetar en todo momento la independencia del Poder Judicial.

No tengan dudas, Señorías, de que sabré hacer honor al juramento que acabo de pronunciar; y de que, en el desempeño de mis responsabilidades, encontrarán en mí a un Jefe del Estado leal y dispuesto a escuchar, a comprender, a advertir y a aconsejar; y también a defender siempre los intereses generales.

Y permítanme añadir, que a la celebración de este acto de tanta trascendencia histórica, pero también de normalidad constitucional, se une mi convicción personal de que la Monarquía Parlamentaria puede y debe seguir prestando un servicio fundamental a España.

La independencia de la Corona, su neutralidad política y su vocación integradora ante las diferentes opciones ideológicas, le permiten contribuir a la estabilidad de nuestro sistema político, facilitar el equilibrio con los demás órganos constitucionales y territoriales, favorecer el ordenado funcionamiento del Estado y ser cauce para la cohesión entre los españoles. Todos ellos, valores políticos esenciales para la convivencia, para la organización y desarrollo de nuestra vida colectiva.

Pero las exigencias de la Corona no se agotan en el cumplimiento de sus funciones constitucionales. He sido consciente, desde siempre, de que la Monarquía Parlamentaria debe estar abierta y comprometida con la sociedad a la que sirve; ha de ser una fiel y leal intérprete de las aspiraciones y esperanzas de los ciudadanos, y debe compartir -y sentir como propios- sus éxitos y sus fracasos.

La Corona debe buscar la cercanía con los ciudadanos, saber ganarse continuamente su aprecio, su respeto y su confianza; y para ello, velar por la dignidad de la institución, preservar su prestigio y observar una conducta íntegra, honesta y transparente, como corresponde a su función institucional y a su responsabilidad social. Porque, sólo de esa manera, se hará acreedora de la autoridad moral necesaria para el ejercicio de sus funciones. Hoy, más que nunca, los ciudadanos demandan con toda la razón que los principios morales y éticos inspiren -y la ejemplaridad presida- nuestra vida pública. Y el Rey, a la cabeza del Estado, tiene que ser no sólo un referente sino también un servidor de esa justa y legítima exigencia de todos los ciudadanos.

Éstas son, Señorías, mis convicciones sobre la Corona que, desde hoy, encarno: una Monarquía renovada para un tiempo nuevo. Y afronto mi tarea con energía, con ilusión y con el espíritu abierto y renovador que inspira a los hombres y mujeres de mi generación.
Señoras y Señores Diputados y Senadores,

Hoy es un día en el que, si tuviéramos que mirar hacia el pasado, me gustaría que lo hiciéramos sin nostalgia, pero con un gran respeto hacia nuestra historia; con espíritu de superación de lo que nos ha separado o dividido; para así recordar y celebrar todo lo que nos une y nos da fuerza y solidez hacia el futuro.

En esa mirada deben estar siempre presentes, con un inmenso respeto también, todos aquellos que, víctimas de la violencia terrorista, perdieron su vida o sufrieron por defender nuestra libertad. Su recuerdo permanecerá en nuestra memoria y en nuestro corazón. Y la victoria del Estado de Derecho, junto a nuestro mayor afecto, será el mejor reconocimiento a la dignidad que merecen.

Y mirando a nuestra situación actual, Señorías, quiero también transmitir mi cercanía y solidaridad a todos aquellos ciudadanos a los que, el rigor de la crisis económica ha golpeado duramente hasta verse heridos en su dignidad como personas. Tenemos con ellos el deber moral de trabajar para revertir esta situación y el deber ciudadano de ofrecer protección a las personas y a las familias más vulnerables. Y tenemos también la obligación de transmitir un mensaje de esperanza -particularmente a los más jóvenes- de que la solución de sus problemas y en particular la obtención de un empleo, sea una prioridad para la sociedad y para el Estado. Sé que todas sus Señorías comparten estas preocupaciones y estos objetivos.

Pero sobre todo, Señorías, hoy es un día en el que me gustaría que miráramos hacia adelante, hacia el futuro; hacia la España renovada que debemos seguir construyendo todos juntos al comenzar este nuevo reinado.

A lo largo de estos últimos años -y no sin dificultades- hemos convivido en democracia, superando finalmente tiempos de tragedia, de silencio y oscuridad. Preservar los principios e ideales en los que se ha basado esa convivencia y a los que me he referido antes, no sólo es un acto de justicia con las generaciones que nos han precedido, sino una fuente de inspiración y ejemplo en todo momento para nuestra vida pública. Y garantizar la convivencia en paz y en libertad de los españoles es y será siempre una responsabilidad ineludible de todos los poderes públicos.

Los hombres y mujeres de mi generación somos herederos de ese gran éxito colectivo admirado por todo el mundo y del que nos sentimos tan orgullosos. A nosotros nos corresponde saber transmitirlo a las generaciones más jóvenes.

Pero también es un deber que tenemos con ellas -y con nosotros mismos-, mejorar ese valioso legado, y acrecentar el patrimonio colectivo de libertades y derechos que tanto nos ha costado conseguir. Porque todo tiempo político tiene sus propios retos; porque toda obra política -como toda obra humana- es siempre una tarea inacabada.

Los españoles y especialmente los hombres y mujeres de mi generación, Señorías, aspiramos a revitalizar nuestras instituciones, a reafirmar, en nuestras acciones, la primacía de los intereses generales y a fortalecer nuestra cultura democrática.

Aspiramos a una España en la que se puedan alcanzar acuerdos entre las fuerzas políticas sobre las materias y en los momentos en que así lo aconseje el interés general.

Queremos que los ciudadanos y sus preocupaciones sean el eje de la acción política, pues son ellos quienes con su esfuerzo, trabajo y sacrificio engrandecen nuestro Estado y dan sentido a las instituciones que lo integran.

Deseamos una España en la que los ciudadanos recuperen y mantengan la confianza en sus instituciones y una sociedad basada en el civismo y en la tolerancia, en la honestidad y en el rigor, siempre con una mentalidad abierta y con un espíritu solidario.

Y deseamos, en fin, una España en la que no se rompan nunca los puentes del entendimiento, que es uno de los principios inspiradores de nuestro espíritu constitucional.

En ese marco de esperanza quiero reafirmar, como Rey, mi fe en la unidad de España, de la que la Corona es símbolo. Unidad que no es uniformidad, Señorías, desde que en 1978 la Constitución reconoció nuestra diversidad como una característica que define nuestra propia identidad, al proclamar su voluntad de proteger a todos los pueblos de España, sus tradiciones y culturas, lenguas e instituciones. Una diversidad que nace de nuestra historia, nos engrandece y nos debe fortalecer.

En España han convivido históricamente tradiciones y culturas diversas con las que de continuo se han enriquecido todos sus pueblos. Y esa suma, esa interrelación de culturas y tradiciones tiene su mejor expresión en el concierto de las lenguas. Junto al castellano, lengua oficial del Estado, las otras lenguas de España forman un patrimonio común que, tal y como establece la Constitución, debe ser objeto de especial respeto y protección; pues las lenguas constituyen las vías naturales de acceso al conocimiento de los pueblos y son a la vez los puentes para el diálogo de todos los españoles. Y así lo han considerado y reclamado escritores tan señeros como Antonio Machado, Espriu, Aresti o Castelao.

En esa España, unida y diversa, basada en la igualdad de los españoles, en la solidaridad entre sus pueblos y en el respeto a la ley, cabemos todos; caben todos los sentimientos y sensibilidades, caben todas las formas de sentirse español. Porque los sentimientos, más aún en los tiempos de la construcción europea, no deben nunca enfrentar, dividir o excluir, sino comprender y respetar, convivir y compartir.

Y esa convivencia, la debemos revitalizar cada día, con el ejercicio individual y colectivo del respeto mutuo y el aprecio por los logros recíprocos. Debemos hacerlo con el afecto sincero, con la amistad y con los vínculos de hermandad y fraternidad que son indispensables para alimentar las ilusiones colectivas.

Trabajemos todos juntos, Señorías, cada uno con su propia personalidad y enriqueciendo la colectiva; hagámoslo con lealtad, en torno a los nuevos objetivos comunes que nos plantea el siglo XXI. Porque una nación no es sólo su historia, es también un proyecto integrador, sentido y compartido por todos, que mire hacia el futuro.

Un nuevo siglo, Señorías, que ha nacido bajo el signo del cambio y la transformación y que nos sitúa en una realidad bien distinta de la del siglo XX.

Todos somos conscientes de que estamos asistiendo a profundas transformaciones en nuestras vidas que nos alejan de la forma tradicional de ver el mundo y de situarnos en él. Y que, al tiempo que dan lugar a incertidumbre, inquietud, o temor en los ciudadanos, abren también nuevas oportunidades de progreso.

Afrontar todos estos retos y dar respuestas a los nuevos desafíos que afectan a nuestra convivencia, requiere el concurso de todos: de los poderes públicos, a los que corresponde liderar y definir nuestros grandes objetivos nacionales; pero también a los ciudadanos, de su impulso, su convicción y su participación activa. Es una tarea que demanda un profundo cambio de muchas mentalidades y actitudes y, por supuesto, gran determinación y valentía, visión y responsabilidad.

Nuestra Historia nos enseña que los grandes avances de España se han producido cuando hemos evolucionado y nos hemos adaptado a la realidad de cada tiempo; cuando hemos renunciado al conformismo o a la resignación y hemos sido capaces de levantar la vista y mirar más allá -y por encima- de nosotros mismos; cuando hemos sido capaces de compartir una visión renovada de nuestros intereses y objetivos comunes.

El bienestar de nuestros ciudadanos -hombres y mujeres-, Señorías, nos exige situar a España en el siglo XXI, en el nuevo mundo que emerge aceleradamente; en el siglo del conocimiento, la cultura y la educación.

Tenemos ante nosotros un gran desafío de impulsar las nuevas tecnologías, la ciencia y la investigación, que son hoy las verdaderas energías creadoras de riqueza; tenemos el desafío de promover y fomentar la innovación, la capacidad creativa y la iniciativa emprendedora como actitudes necesarias para el desarrollo y el crecimiento. Todo ello es, a mi juicio, imprescindible para asegurar el progreso y la modernización de España y nos ayudará, sin duda, a ganar la batalla por la creación de empleo, que constituye la principal preocupación de los españoles.

El siglo XXI, el siglo también del medio ambiente, deberá ser aquel en el que los valores humanísticos y éticos que necesitamos recuperar y mantener, contribuyan a eliminar las discriminaciones, afiancen el papel de la mujer y promuevan aún más la paz y la cooperación internacional.

Señorías, me gustaría referirme ahora a ese ámbito de las relaciones internacionales, en el que España ocupa una posición privilegiada por su lugar en la geografía y en la historia del mundo.

De la misma manera que Europa fue una aspiración de España en el pasado, hoy España es Europa y nuestro deber es ayudar a construir una Europa fuerte, unida y solidaria, que preserve la cohesión social, afirme su posición en el mundo y consolide su liderazgo en los valores democráticos que compartimos. Nos interesa, porque también nos fortalecerá hacia dentro. Europa no es un proyecto de política exterior, es uno de los principales proyectos para el Reino de España, para el Estado y para la sociedad.

Con los países iberoamericanos nos unen la historia y lazos muy intensos de afecto y hermandad. En las últimas décadas, también nos unen intereses económicos crecientes y visiones cada vez más cercanas sobre lo global. Pero, sobre todo, nos une nuestra lengua y nuestra cultura compartidas. Un activo de inmenso valor que debemos potenciar con determinación y generosidad.

Y finalmente, nuestros vínculos antiguos de cultura y de sensibilidad tan próximos con el Mediterráneo, Oriente Medio y los países árabes, nos ofrecen una capacidad de interlocución privilegiada, basada en el respeto y la voluntad de cooperar en tantos ámbitos de interés mutuo e internacional, en una zona de tanta relevancia estratégica, política y económica.

En un mundo cada vez más globalizado, en el que están emergiendo nuevos actores relevantes, junto a nuevos riesgos y retos, sólo cabe asumir una presencia cada vez más potente y activa en la defensa de los derechos de nuestros ciudadanos y en la promoción de nuestros intereses, con la voluntad de participar e influir más en los grandes asuntos, asuntos de la agenda global y sobre todo en el marco de las Naciones Unidas.

Señoras y Señores Diputados y Senadores,

Con mis palabras de hoy, he querido cumplir con el deber que siento de transmitir a sus señorías y al pueblo español, sincera y honestamente, mis sentimientos, convicciones y compromisos sobre la España con la que me identifico, a la que quiero y a la que aspiro; y también sobre la Monarquía Parlamentaria en la que creo: como dije antes y quiero repetir, una monarquía renovada para un tiempo nuevo.

Y al terminar mi mensaje quiero agradecer a los españoles el apoyo y el cariño que en tantas ocasiones he recibido. Mi esperanza en nuestro futuro se basa en mi fe en la sociedad española; una sociedad madura y vital, responsable y solidaria, que está demostrando una gran entereza y un espíritu de superación que merecen el mayor reconocimiento.

Señorías, tenemos un gran País; Somos una gran Nación, creamos y confiemos en ella.
Decía Cervantes en boca de Don Quijote: "no es un hombre más que otro si no hace más que otro".

Yo me siento orgulloso de los españoles y nada me honraría más que, con mi trabajo y mi esfuerzo diario, los españoles pudieran sentirse orgullosos de su nuevo Rey.

Muchas gracias.  Moltes gràcies.  Eskerrik asko.  Moitas grazas.

Madrid, 19.06.2014

martes, 3 de junio de 2014

Preguntas frecuentes sobre el proceso de la abdicación

La abdicación, una opción recogida en la Constitución

La abdicación del rey está contemplada en la Constitución española de 1978. El príncipe heredero se convierte automáticamente en el nuevo monarca una vez que se hace efectiva aunque luego tenga que ser "proclamado ante las Cortes" y prestar juramento ante el Parlamento.
El artículo 57.5 de la Constitución establece que "las abdicaciones y renuncias y cualquier otra duda de hecho o de derecho que ocurra en el orden de sucesión de la Corona se resolverán por una ley orgánica", por lo que, según Yolanda Gómez, catedrática de Derecho Constitucional de la UNED, "es obligado" que se elabore y se apruebe esta ley.
Aunque la abdicación sea una decisión personal, eso "no impide", señala esta experta, que el Parlamento "no pueda y deba participar" en la tramitación de esta norma que podría aprobarse "en muy poco tiempo" mediante un procedimiento de urgencia "ya que se trata de una ley que consistiría en un texto muy breve".

¿Cuándo se convierte el príncipe Felipe en Rey?

El príncipe Felipe se convertirá en el nuevo rey de España una vez que se haga efectiva la abdicación. "La sucesión al trono y, por tanto, a la Jefatura del Estado, se produce en el mismo momento que acontece la causa que lo provoca, el fallecimiento o la abdicación (no por el simple anuncio, sino una vez es efectiva). No hay vacío de poder", según explica la profesora titular de Derechos Constitucional de la Universidad de Barcelona Enriqueta Expósito.
El príncipe Felipe será proclamado rey ante las Cortes Generales reunidas en el Congreso, pero aún no hay fecha para ello. Lo previsible, según las fuentes consultadas por Efe, es que coincida con la publicación en el BOE de la abdicación del rey, o como mucho se produzca en los días posteriores, ya que de lo contrario habría que nombrar una regencia que recaería también en el príncipe de Asturias.

¿Cómo es la proclamación ante las Cortes y el juramento?

El artículo 61.1 de la Constitución establece que "el rey al ser proclamado ante las Cortes Generales, prestará juramento de desempeñar fielmente sus funciones, guardar y hacer guardar la Constitución y las leyes y hacer respetar los derechos de los ciudadanos y las Comunidades Autónomas".
La proclamación del nuevo rey "ante" las Cortes, que no "por" las Cortes ya que la sucesión es automática, se produciría en una sesión conjunta de diputados y senadores en el Congreso en los días siguientes a la sucesión.
Lo que se hace en este acto es "proclamar al que ya venía siendo rey desde horas o días antes y "tomarle juramente", explica Yolanda Gómez. Don Felipe ya juró la Constitución como heredero cuando cumplió la mayoría de edad, pero ahora tendrá que hacerlo de nuevo "porque la fórmula de juramento es diferente para el príncipe heredero que para el rey", añade esta experta.
"Las consecuencias que tiene es proclamarlo a todos los efectos como sucesor ya que hasta ese momento solo tenía una expectativa de serlo", aunque el contenido es idéntico salvo por un "importante matiz: el heredero jura también fidelidad al rey", explica la profesora de la Universidad de Barcelona Enriqueta Expósito.

¿Debe haber un acto de coronación al margen de la proclamación?

No es necesario, aunque "podría hacer una recepción oficial para las altas autoridades del Estado y para el cuerpo diplomático acreditado en España", según apunta Yolanda Gómez, catedrática de Derecho Constitucional de la UNED.
"Esto sería muy normal y sería el mismo día de la proclamación y juramento o el día siguiente, pero en todo caso, en fecha cercana", añade.
La profesora Enriqueta Expósito, sin embargo, apunta que podría haber una "ceremonia oficial de coronación" que podría posponerse meses y a la que "suelen acudir también jefes de Estado de otros países y representantes de otras Casas Reales", como pasó en Mónaco en 2005.

¿Qué papel tendrá don Juan Carlos tras la abdicación?

La Constitución no establece ninguna función para el rey que abdica, aunque seguirá "siendo parte de la familia real pero sin funciones constitucionales", señala Gómez. El Real Decreto 2917/1981, de 27 de noviembre, que regula el Registro Civil de la Casa Real, establece en su artículo 1 que en él se inscribirán "los nacimientos, matrimonios y defunciones, así como cualquier otro hecho o acto inscribible con arreglo a la legislación sobre Registro Civil, que afecten al Rey de España, su augusta consorte, sus ascendentes de primer grado, sus descendientes y al Príncipe heredero de la Corona".
Enriqueta Expósito apunta a que el rey don Juan Carlos, cuando se haga efectiva la abdicación, podría ostentar el título de Conde de Barcelona como hizo su padre, don Juan, después de que renunciara a sus derechos a favor de su hijo en mayor de 1977. "Título que solo está referido a los reyes", señala.
El Real Decreto 1386/1987, de 6 de noviembre, sobre el Régimen de títulos, tratamientos y honores de la Familia Real y de los Regentes establecía que el padre del rey "continuará vitaliciamente en el uso del título de conde de Barcelona, con tratamiento de Alteza Real y honores análogos a los que corresponden al Príncipe de Asturias".
Expósito señala que "en ausencia de una regulación expresa en sentido contrario, le resultaría de aplicación dicha previsión".

¿Cuándo se convierte la infanta Leonor en heredera?

En el momento en el que Felipe se convierta en rey, es decir, cuando la abdicación se haga efectiva, la infanta Leonor pasa automáticamente a ser princesa de Asturias.
El artículo 57.2 de la Constitución establece que "el Príncipe heredero, desde su nacimiento o desde que se produzca el hecho que origine el llamamiento, tendrá la dignidad de Príncipe de Asturias y los demás títulos vinculados tradicionalmente al sucesor de la Corona de España.

¿Qué ocurre si Leonor tiene un hermano varón?

La Constitución española establece en su artículo 57.1 que "la Corona de España es hereditaria en los sucesores de S. M. Don Juan Carlos I de Borbón, legítimo heredero de la dinastía histórica. La sucesión en el trono seguirá el orden regular de primogenitura y representación, siendo preferida siempre la línea anterior a las posteriores; en la misma línea, el grado más próximo al más remoto; en el mismo grado, el varón a la mujer, y en el mismo sexo, la persona de más edad a la de menos".
¿Qué pasaría entonces si Leonor tuviera un hermano varón siendo ya princesa de Asturias si no se ha reformado antes la Constitución? Aquí hay divergencia de opiniones.
Yolanda Gómez, catedrática de Derecho Constitucional de la UNED, asegura que "si se produjera el nacimiento de un tercer hijo" de los actuales príncipes de Asturias, "y fuera varón por aplicación del artículo 57.1. de la Constitución el recién nacido pasaría ("desde su nacimiento") a ser príncipe de Asturias, desposeyendo de tal título a la infanta Leonor".
Sin embargo, Enriqueta Expósito, profesora titular de Derecho Constitucional de la Universidad de Barcelona, asegura que una vez que el príncipe Felipe sea rey y la infanta Leonor se convierta en heredera esta circunstancia no cambiará aunque tuviera posteriormente un hermano varón.

Según esta experta, "la heredera seguiría siendo su primogénita. La Constitución refiere la condición de heredero/a al momento en el que se produce la sucesión", en este caso en cuanto la abdicación del rey sea efectiva.

Fuente: RTVE


lunes, 13 de enero de 2014

Los Württemberg: Una dinastía con «allure» artístico

por Amadeo-Martín Rey y Cabieses

Carlos, duque de Württemberg, ostenta la jefatura de esta casa real alemana tras la renuncia a la sucesión de su hermano mayor para casarse con la baronesa Adelheid von und zu Bodman.

S.A.R. Carlos Duque de Württemberg
Los Württemberg, condes desde 1143, alcanzaron el título ducal en 1495 tras la Dieta de Worms gracias al emperador Maximiliano I, que elevó a duque al conde Eberardo de Württemberg. El duque Ulrich abrazó la Reforma protestante, pero en el siglo XVIII se extinguió su rama, lo que supuso que un católico, Carlos Alejandro, sucediera en la corona ducal. La dinastía fue fiel al Papa hasta el duque Federico III en 1797. Gracias a Napoleón se convirtió en príncipe elector en 1803 y en rey en 1806 con el nombre de Federico I. Encargó las joyas de la corona, que se pueden ver en el Museo del Estado de Württemberg. Casó primero con la duquesa Augusta de Brunswick-Wolfenbüttel, que le dio varios hijos, y luego, con Carlota, hija del Jorge III de Inglaterra, con la que no tuvo descendencia. Las princesas de la Casa realizaron brillantes enlaces. Sofía Dorotea, mujer de Pablo I de Rusia, fue madre de los zares Alejandro I y Nicolás I. Sofía, hija del rey Guillermo I de Württemberg y de la gran duquesa Catalina Pavlovna de Rusia, casó con quien luego sería rey Guillermo III de los Países Bajos. Pauline con Guillermo, duque de Nassau, siendo madre del gran duque Adolfo de Luxemburgo y de la reina Sofía de Suecia, esposa de Oscar II. Otra Pauline de Württemberg, hija del rey Guillermo II, fue esposa de Guillermo Federico, príncipe de Wied. Antonieta casó con Ernesto I, duque de Sajonia-Coburgo-Gotha. Catalina, al contraer matrimonio con Jerónimo Bonaparte, hermano de Napoleón I –y tronco de los actuales príncipes Napoleón–, se convirtió en reina de Westfalia llevando a la familia imperial francesa sangre de la realeza alemana. María Teresa casó con el actual Conde de París, y tras divorciarse recibió de su suegro el título de duquesa de Montpensier, de familiar memoria para los españoles.

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Matrimonio desigual
De una rama morganática del linaje fue el príncipe Guillermo de Urach, conde de Württemberg y segundo duque de Urach, elegido el 11 de julio de 1918 rey de Lituania con el nombre de Mindaugas II, aunque nunca llegó a reinar debido a la oposición de Alemania. Casó con sendas princesas de Baviera, Amelia y Wiltrud, y dejó amplia descendencia. Era hijo de Guillermo, conde de Württemberg y primer duque de Urach –convertido al catolicismo tras fallecer su primera esposa, Teodolinda de Beauharnais, princesa de Leuchtenberg–, y de la segunda esposa de éste, la princesa Florestina de Mónaco, varias veces regente de Mónaco e hija de Florestán I. Esta rama surge del matrimonio desigual del abuelo del rey de Lituania, el duque Guillermo de Württemberg, con la baronesa Guillermina de Tunderfeldt-Rhodis. De otra rama morganática de los Württemberg, la de los duques de Teck, procedía Mary, reina de Inglaterra por su casamiento con Jorge V y famosa por su afición a las joyas. Guillermo II de Württemberg fue el último soberano alemán en abdicar en 1918. El actual jefe de la casa real es Carlos, duque de Württemberg, que –por extinción o matrimonios morganáticos de otras ramas de su familia– recibió la herencia de esta casa real. Su hermano mayor, Luis, renunció a la sucesión al casar con la baronesa Adelheid von und zu Bodman. Pertenecen a la rama católica de la casa, son hijos de Felipe, duque de Württemberg –gran benefactor de la Universidad de Tubinga y de escuelas de Stuttgart y Hochheim– y de su segunda esposa, la archiduquesa Rosa de Austria-Toscana, y nietos de Alberto y de la archiduquesa Margarita de Austria.

Toisón de Oro
Su rama se origina en Alejandro Federico de Württemberg, hermano del rey Federico I y de la emperatriz María Feodorovna de Rusia, la citada Sofía Dorotea, esposa de Pablo I. Carlos, caballero de la rama austríaca de la Orden del Toisón de Oro, empresario, propietario de bosques y bodegas vinícolas, es una persona de gran conciencia social, benefactor de fundaciones dedicadas a la juventud desempleada y presidente de una clínica para niños con cáncer en la Selva Negra. Hace años conocí en un baile benéfico de la Orden de Malta a la actual duquesa de Württemberg, la princesa Diana de Orléans, hija de los condes de París. Había ido a apoyar con su presencia las labores de esa humanitaria institución católica. Desprendía cierto «allure», mezcla de su condición principesca y del halo de artista que le rodea. Escultora, pintora, mecenas de jóvenes artistas, pero también cabeza de «Les Enfants de la Vie», ocupada en luchar contra enfermedades infantiles. Los Württemberg, que poseen una casa en Mallorca, tienen cuatro hijos y dos hijas, la menor de las cuales, la duquesa Fleur, es ahijada de Don Juan Carlos. El heredero, el duque Federico, está casado con la princesa Guillermina María zu Wied y viven en el castillo de Friedrichshafen. Del resto, dos están casados también con miembros del Gotha: Matilde, con el conde heredero Erich von Waldburg zu Zeil und Trauchburg, y Felipe, con la princesa María Carolina de Baviera.


Carlos y Diana, mecenas solidarios
El duque de Württemberg y su esposa, que pertenecen a la rama católica de la dinastía, son conocidos por su espíritu benefactor en diversas causas. Son, además, amigos personales del Rey



Las otras «joyas» de la corona


Los duques de Württemberg viven en su palacio de Altshausen, entre Ravensburg y Saulgau. Antes habitaron el de Friedrichshafen, a orillas del lago Constanza, otra de las joyas arquitectónicas de la dinastía. La antigua corte wurtemburguesa estaba en el viejo castillo de Stuttgart, hoy sede de un Museo de la Dinastía. No olvidemos el castillo de Solitude, que fue su mansión veraniega y ahora alberga una academia para jóvenes artistas, ni el magnífico castillo de Ludwigsburg, con su antiguo teatro, y sus palacetes anexos de Favorite y Monrepos.

Amadeo Rey es doctor en historia y
miembro de la Junta Directiva de la Asociación Monárquica Europea

Publicado en La Razón


domingo, 12 de enero de 2014

Los Braganza: El duque que mantuvo en vilo a la corona



Tras años de exilio, la estirpe regresó a Portugal, donde el actual jefe de la casa real ejerce, junto a su esposa, un papel oficioso en numerosos actos públicos del país

S.A.R. el Duque de Braganza

Una de las últimas veces que visité Lisboa estuve en la iglesia de San Vicente de Fora, panteón de la casa de Braganza. Recorrí los marmóreos túmulos que guardan los restos mortales de Juan IV, María II y el rey Fernando, Carlos I, su hijo Luis Felipe o el último monarca, Manuel II. Allí, el 1 de febrero de cada año, fecha del terrible regicidio, se celebra una Santa Misa por las almas de aquel monarca y su hijo. Asisten don Duarte, duque de Braganza, jefe de la casa real de Portugal, y su mujer Isabel de Herédia, duquesa de Braganza. Haber conocido a la familia real es un honor y recorrer los lugares que simbolizan su paso por la historia un placer y, en cierto modo, un deber de buena vecindad y de hermandad ibérica.


Durante mucho tiempo, los monárquicos portugueses estuvieron en vilo con la esperanza, ya felizmente cumplida, de que don Duarte se casara y tuviera descendencia. Sus únicos dos hermanos, Miguel, duque de Viseu, y Enrique, duque de Coimbra, son solteros. Finalmente, se casó a los cincuenta años en una de las joyas de Portugal, el Monasterio de los Jerónimos de Lisboa, en ceremonia celebrada por el cardenal patriarca de Lisboa y con la asistencia del presidente de la república, muchos ministros y 35 familias reales. Hoy, él y doña Isabel son padres de Alfonso, príncipe de Beira, María Francisca y Dionisio, duque de Oporto. Hace años Francisco de Braganza van Uden, hijo de la infanta María Adelaida de Portugal, me comentaba de la necesidad de la sucesión. Ahora está asegurada.

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En Portugal, vieja y noble nación, fue creado en 1442 el ducado de Braganza por el rey Alfonso V para su medio tío Alfonso, conde de Barcelos e hijo natural del rey Juan I, fundador de la dinastía de Avís. Se convirtieron en la casa más poderosa del reino. Su imponente palacio ducal en Vilaviçosa, con 110 metros de fachada, hecho construir por Jaime, IV duque de Braganza, gozó de gran esplendor. En 1578, el rey Sebastián I falleció en Alcazarquivir y le sucedió su tío abuelo Enrique I, cardenal, que murió dos años después. Nuestro rey Felipe II (I de Portugal), hijo de la emperatriz Isabel, infanta portuguesa, se convirtió en soberano de ese país. Nuestros «Felipes» reinaron allí hasta que en 1640 el VIII duque de Braganza devino en rey Juan IV tras una sublevación finalizada con la muerte del secretario de Estado Miguel de Vasconcelos y la partida de la virreina Margarita de Saboya, duquesa de Mantua. Desde entonces, los Braganza han reinado en Portugal. Juan V llenó Lisboa de hermosos edificios y de cuadros de grandes artistas. José I, con el marqués de Pombal como ministro, reconstruyó la ciudad tras el terrible terremoto de 1755.


La reina María II de la Gloria contrajo segundas nupcias con Fernando de Sajonia-Coburgo-Gotha, rey consorte Fernando II. Desde antiguo los monarcas portugueses tuvieron predilección y vínculos con Inglaterra. El enlace de Catalina de Braganza con el rey inglés Carlos II afianzó esas relaciones que el matrimonio de Fernando II, primo de la reina Victoria y del príncipe Alberto consolidaron.

Fernando fue artífice del romántico y colorido castillo da Pena y de su parque, en Sintra, y pasó a la historia como el «Rey Artista». Su hijo Pedro V modernizó Portugal, pero murió joven sin hijos de la reina Estefanía, nacida princesa de Hohenzollern-Sigmaringen. Le sucedió su hermano Luis I. De su matrimonio con María Pía de Saboya nacieron el rey Carlos I, y Alfonso, duque de Oporto. Carlos fue un notable pintor y un apasionado del mar, como su amigo el príncipe Alberto I de Mónaco. Ambos impulsaron la Oceanografía moderna y fundaron instituciones dedicadas al estudio marino. La multitudinaria boda de Carlos, en 1886, con Amelia de Orléans, hija de los condes de París, supuso un nuevo exilio para toda la familia de la novia, quien trajo a los Braganza, de nuevo, la sangre capetin a. En 1908, Carlos I y su primogénito Luis Felipe fueron asesinados a tiros en su carroza al pasar por el Terreiro do Paço. La reina Amelia, esgrimiendo su ramo de flores, salvó al que sería Manuel II, sólo levemente herido. Dos años después, éste perdería el trono.

Reconocimiento en su país
S.A.R. el Príncipe Afonso
Así como en España existió el carlismo, en Portugal tuvieron el miguelismo, políticamente afín y encabezado por don Miguel, hermano de Pedro IV en oposición a la hija de éste, doña María de la Gloria. La victoria de ésta supuso el exilio de la rama miguelista. Pero, por esas vueltas que da la genealogía, un descendiente de esa rama, don Duarte, hijo de don Duarte Nuño y de la princesa brasileña María Francisca de Orléans-Braganza, es el jefe de la casa ya que Manuel II no tuvo hijos de su mujer Augusta Victoria de Hohenzollern-Sigmaringen. El duque de Braganza goza de reconocimiento en su país, se sabe depositario de siglos de historia y lucha en pro de Portugal –muchas veces a través de la Fundación Manuel II– o de las que fueron sus colonias, como Timor Oriental, Mozambique o Angola, transmitiendo a sus hijos ese sagrado depósito y la responsabilidad de servir.


El castillo da Pena, un delirio romántico
Entrar en Mafra es darse cuenta del poder de la corona portuguesa. Este enorme «Escorial» luso tiene una magnífica biblioteca y una espléndida iglesia. El castillo da Pena es un delirio romántico en un lugar idílico y con prodigiosas vistas. Queluz, con sus salones y jardines, es la quintaesencia de la exquisitez. Ajuda, domina Lisboa desde las alturas, el palacio de las Necesidades es sede del Ministerio de Asuntos Exteriores y el de Belem, residencia del presidente de la República, mira hacia el Tajo.

Publicado en La Razón


Los Romanov: Una dinastía rota por la Revolución

por Amadeo Rey y Cabieses

El destino del zar Nicolás II y su familia se truncó en 1918. El suyo fue un final escrito con sangre, a pesar de los esfuerzos del rey Alfonso XIII por salvarles. Sin embargo, su propio primo, Jorge V de Inglaterra, le retiró su apoyo.


La Familia Imperial rusa con el Zar Nicolás II
En el cuarto centenario de la llegada de los Romanov al trono ruso recuerdo libros de la biblioteca paterna, lecturas de adolescencia como el «Diario íntimo» de Nicolás II o «Lo que ha que dado del Imperio de los zares». El primero plasmaba el amor del zar por su familia y su pueblo, y en el segundo se peregrinaba a través del exilio de grandes duques, generales, políticos, artistas e intelectuales tras la caída del Imperio. Desde entonces mi interés sobre esa familia imperial no ha hecho sino crecer. Conocí en el Rastrillo de Nuevo Futuro a la gran duquesa María Wladimirovna de Rusia, jefe de la familia imperial, y años después, al que fue su marido, el príncipe Francisco Guillermo de Prusia, padre de su único hijo, el gran duque Jorge Mijailovich, esperanza de la dinastía.

En 1613, Miguel Feodorovich Romanov, boyardo cosaco, fue elegido zar, palabra derivada de «césar» y empleada desde Octavio César Augusto. Rusia ha tenido emperadores como Pedro I, que abrió el país a Occidente y fundó San Petersburgo; Catalina II, amiga de Voltaire, Montesquieu, Diderot o Charles-Joseph de Ligne, y con favoritos como Potemkin u Orlov; Pablo I, autor de las Leyes Paulinas que establecían el principio de primogenitura en la dinastía y regulaban el matrimonio de los grandes duques; Alejandro I, amigo y luego enemigo de Napoleón, muerto supuestamente en 1825 pero cuya tumba fue encontrada vacía en 1926; Alejandro II, liberador de los siervos en 1861, antes que en muchos lugares, y que acabó destrozado por una bomba...

En 1913 se celebró el tercer centenario de la dinastía sin saber que un año después Rusia entraría en la Gran Guerra, dentro de la Triple Entente formada con Reino Unido y Francia, y que los bolcheviques aprovecha- rían el caos para hacer su Revolución. San Petersburgo cambió a Petrogrado. Nicolás II y la emperatriz Alejandra Feodorovna, nacida Alix de Hesse, fueron encarcelados con sus hijos, dándoles, en Tobolsk y Ekaterimburgo, un trato vejatorio e inhumano que acabó con su asesinato a tiros, a sangre fría, en julio de 1918.Alfonso XIII hizo lo posible por salvarles. Jorge V de Inglaterra, en cambio, muy pare- cido a su primo Nicolás II, se echó atrás acuciado por Lloyd George y por cierta opinión pública que aborrecía que un emperador falsamente tildado de tirano fuera acogido en el democrático suelo británico. Ninguno sobrevivió a la matanza de la Casa Ipatiev. Tampoco Anastasia. La inventada historia de Anna Anderson, y otras similares, ilusionó a algunos e inspiró guiones con protagonistas como Ingrid Bergman,Viveca Lindfors, Lynn Seymour y Amy Irving.

S.A.I. el Gran Duque Vladimiro de Rusia
Mártires canonizados Nicolás II abdicó en 1917 y para evitar que su hemofílico hijo Alexis asumiera la corona, ésta pasó al hermano de Nicolás, Miguel Alexandrovich, que se apresuró a abdicar. Tras el asesinato de los tres, los derechos al trono pasaron a su primo Cirilo Vladimirovich, hijo de un hermano de Alejandro III. Su matrimonio con Victoria Melita de Sajonia- Coburgo-Gotha, divorciada del gran duque Ernesto Luis de Hesse, hermano de la emperatriz Alejandra, no fue bien visto por ésta ni por Nicolás II, aunque luego éste lo aceptó. Con permiso de Kerensky, Cirilo abandonó Rusia en 1917 por Finlandia. Allí nació Vladimiro convertido en 1938, al morir su padre, en jefe de la casa imperial, aunque sin proclamarse zar, como sí hizo Cirilo. Le conocí en Pamplona en 1990. Hablamos de su deseo de que su nieto fuera un buen príncipe ortodoxo, convencido de la importancia del cristianismo para Rusia. Viajó allí por vez primera en 1991 siendo recibido por 60.000 almas frente al Ermitage. Un año más tarde murió de un infarto en Miami, donde había animado a invertir en Rusia, siendo enterrado en la catedral de San Pedro y San Pablo. Su matrimonio con la princesa Leonida Geor- gievna Bagration-Moukhranskaïa, cuya familia –que ocupó en el medievo el trono de Georgia– se convirtió en parte de la nobleza rusa, fue visto por algunos como morganático, vivió en Madrid,donde nació y vive su hija María, aunque pasaba temporadas en su posesión bretona Ker Argonid de Saint-Briac, cerca de Dinard, y en París.

Hace tiempo el príncipe Nicolás Romanovich Romanov –hijo del príncipe Román Romanov de Rusia y de la condesa Praskovia Dmítrievna Shereméteva– me contó mucho sobre su familia. Descendiente del gran du- que Nicolás Nicolaievich, hermano de Alejandro II, encabeza la Asociación de la Familia Romanov, que considera que el gran du- queWladimiro Kirilovich –sin duda, el varón agnado de la casa– no tenía derechos a la corona por la supuesta tolerancia de su padre con la Revolución, su acatamiento al gobierno provisional y su casamiento con una luterana que sólo se convertiría a la ortodoxia años después. En Ginebra suelo visitar la iglesia ortodoxa rusa. Allí vi estampas de santos de la Familia Imperial: Nicolás II; Alejandra Feodorovna; sus hijos Alexis, Olga, Tatiana, María y Anastasia, y la gran duquesa Isabel, hermana de la emperatriz. Otros príncipes de la dinastía asesinados en 1918 fueron también canonizados. Que esa sangre de mártires haga fructificar el amor y respeto por esa antigua monarquía.

S.A.I. la Gran Duquesa María de Rusia

PRESENTE Y FUTURO DE LA DINASTÍA

La gran duquesa María de Rusia (en la imagen junto a su hijo) es la actual jefa de la casa real y confía en la restitución de la monarquía en su país.Su único descendiente, Jorge, nacido en 1981 en Madrid, es el heredero de la dinastía 

VLADIMIRO, ¿UN MATRIMONIO POLÉMICO? 

Único hijo varón de Cirilo, protagonizó un controvertido enlace con Leonida,antes casada con un norteamericano. Con ella tuvo a su única hija: María de Rusia 



Amado Rey y Cabieses es doctor en Historia
y miembro de la Junta Directiva de la Asociación Monárquica Europea






sábado, 11 de enero de 2014

Legitimismo francés: Luis Alfonso de Borbón, ¿Luis XX de Francia?

por Amadeo Rey y Cabieses

Luis Alfonso de Borbón detenta un derecho al que no puede, ni debe, renunciar en virtud de las tradicionales Leyes Fundamentales del Estado, el de Jefe de la Casa de Borbón y pretendiente legitimista al trono de Francia

El 5 de febrero de 1984 hacía mis prácticas de Medicina en la Clínica Universitaria de Navarra. Ese día llegaron malheridos al Hospital de Navarra don Alfonso de Borbón y Dampierre, duque de Cádiz y de Anjou, y sus hijos don Francisco, duque de Bretaña, y don Luis Alfonso, duque de Touraine y luego de Anjou. Impresionados por la noticia, todos es- tábamos pendientes del desenlace. Francisco falleció y a Alfonso le costó recuperarse, destrozado por la pérdida de su primogénito.

He conocido a tres personas cercanas al duque de Cádiz: Federico Trenor, barón de Alacuás; su abogado, José Antonio Dávila; y el embajador Carlos Abella, destinado en Estocolmo cuando el duque era embajador en Suecia. Alfonso era gentil, de suaves y educadas maneras, y cierta tristeza fruto de una vida jalonada de desgracias. El 30 de enero de 1989, otra noticia convulsionó los teletipos: el duque de Cádiz había falle- cido en un accidente de esquí. Se le enterró en las Descalzas Reales, junto a su hijo Francisco. Sobre la negra lápida, tres flores de lis y, en letras doradas: «Sus Altezas Reales don Alfonso y don Fran- cisco de Borbón», con sus fechas de nacimiento y muerte. 

No podían ocupar el escurialense Panteón de Infantes. Sobre Luis Alfonso recayó el peso del legitimismo francés. En 1998 vino a una conferencia mía en el CSIC sobre Luis XVII de Francia. Le acompañaba el barón de Alacuás, albacea de su padre. Luis Alfonso asumía la importancia de cono- cer la historia de su Casa. Pero, ¿por qué el legitimismo le considera Jefe de Casa Real de Francia? Después de Luis XVI reinaron sus hermanos Luis XVIII y Carlos X. Éste, tras la Revolución de 1830, abdicó en su nieto Enrique, duque de Burdeos, sobrino del delfín Luis Antonio, duque de Angulema, que hubiera sido Luis XIX. Pero el poder lo tomó su primo Luis Felipe de Orleans, rey de los franceses, al que Carlos X había nombrado regente durante la minoría de su nieto.

El último rey reinante de Francia murió en 1836 y Luis Felipe, catorce años después. El rey «de iure» «Enrique V» murió en 1883. «Luis XIX» no tuvo hijos de María Teresa, hija de Luis XVI y María Antonieta. Enrique, conocido como conde de Chambord, tampoco los tuvo de María Teresa de Módena. En 1873, cuando, durante la presidencia de Mac- Mahon, se le ofreció el trono, aceptó régimen parlamentario, constitución, estatuto real parte de la legislación fran- cesa y no superior a ésta, separación de poderes, bicameralismo, libertades civiles y religiosas... pero no renunció al uso de la bandera blanca de los Borbones. En el Castillo de Chambord vi la carta en la que manifestaba su fidelidad a esa bandera así como la carroza adquirida por el conde de Damas para entrar en París. A su muerte, los derechos pasaron a Juan de Borbón, conde de Montizon –«Juan III», pretendiente carlista a la Corona española y a la de Francia–, «aîné des Capétiens». Se basaba esta sucesión en las Leyes Fundamentales del Estado y en la indisponibilidad de la Corona. El rey de Francia no puede designar sucesor, abdicar, ni renunciar a una corona que sólo administra. El delfín, en virtud del «ius filiationis» y del «ius primogeniturae» comparte esa obligación («ius conregnandi»). Felipe V fue siempre reconocido, incluso por Luis XIV –carta de éste al Parlamento de París de 1 de febrero de 1701–, como príncipe de la sangre y heredero de la Corona de Francia en caso de extinción de la rama principal. La renuncia de 5 de noviembre de 1712 y el Tratado de Utrecht –firmado para conseguir la paz– fueron nulos en esta materia como opuestos a las citadas leyes. Así lo afirmó Jacques-Antoine de Mesmes, presidente del Parlamento. Con él coincidían Saint-Simon, Condé y hasta Voltaire. Luis XVI llamaba a Carlos IV «Jefe de la Segunda Rama de la Casa de Francia» y así lo defendió ante los Estados Generales en 1789 el embajador español en París y lo corroboró la Constitución francesa de 1791. Chambord legó sus bienes al duque de Madrid, quien, al fallecer «Juan III», pasó a ser «Carlos XI». Al morir en 1909 le sucedió «Jaime I» (III de España para los carlis-tas). Había tomado el título de duque de Anjou y le sucedió su tío Alfonso Carlos, «Carlos XII», du- que de San Jaime y de Anjou. Mientras, los Orleans eran considerados por muchos monárquicos franceses como detentadores de los derechos a la corona.

Pero el legitimismo tenía sólidos argumentos. Al morir Alfonso Carlos en 1936 sin descendencia de sus dos matrimonios, Alfonso XIII se convirtió en el agnado de los Borbones y de iure en «Alfonso I» de Francia, colocando el escusón de las armas plenas de Francia en las suyas. Don Alfonso, que recibió el collar del Espíritu Santo de su primo «Jaime I», tuvo cuatro hijo varones y dos hijas. Muerto Alfonso, conde de Covadonga, y luego Alfonso XIII, el segundo de sus hijos, Jaime, duque de Segovia, se convirtió en duque de Anjou y en jefe de la Casa de Francia como «Enrique VI» (se llamaba Jaime Enrique). Al fallecer en 1975 su hijo el duque de Cádiz, de Anjou, de Borbón y de Borgoña, pasó a ser «Alfonso II de Francia». Su muerte hizo que Luis Alfonso, «Luis XX de Francia», detente unos derechos inalienables. Su obligación es llevarlos con la misma dignidad, estoicismo y discreción que hasta ahora. 


30 DE ENERO DE 1989 


El duque de Cádiz, don Alfonso de Borbón, fallece en un accidente 


EL REY DE FRANCIA 
No puede designar sucesor, abdicar, ni renunciar a una Corona que sólo administra. 


EL PRETENDIENTE 
Luis Alfonso de Borbón, casado con Margarita Vargas, es el pretendiente legitimista al trono de Francia 

Amadeo Rey y Cabieses es doctor en Historia
y miembro d ela Junta Directiva de la Asociación Monárquica Europea

Publicado en La Razón el 28/12/2013





Secretos de los reyes de los franceses

por Amadeo Rey y Cabieses


Título vinculado a personajes secundarios de la familia real francesa, a partir de la aparición de Felipe, hermano de Luis XIV, esta original dinastía dio a la monarquía gala célebres mecenas y artistas 

SS.AA.RR. los Condes de París
En abril de 2011 el Ayuntamiento de Palermo me invitó a dar una conferencia allí con motivo de la restauración de los jardines del palacio de Orléans, recientemente restau- rados. El edificio, sede presidencial de la Región de Sicilia, perteneció a los Orléans hasta mediados del siglo XX. En él residió durante su exilio siciliano, de 1808 a 1814, Luis Felipe de Orléans, luego rey de los franceses, casado con Amelia de Borbón, hija de Fernando I de las Dos Sicilias. Fue después de Enrique de Orléans, duque de Aumale, más tarde de Luis Felipe Roberto de Orléans, duque de Orléans, y de él pasó a su hermana la reina Amelia de Portugal. En él se casó en 1931 Enrique, con de de París, con su prima Isabel de Orléans-Braganza de quien más tarde se separó. Diserté sobre los Orléans como mecenas, coleccionistas, amantes del arte y ar- tistas ellos mismos. En el castillo de Chan- tilly, que fue de los Montmorency, de los Borbón-Condé y luego del citado duque de Aumale, aprecié la espléndida pinacoteca y la rica biblioteca que allí se conserva, una de las más importantes de Francia. Ana de Orléans, duquesa de Calabria, gran acua- relista, me contó en su casa, con enorme amabilidad, de las aptitudes artísticas de su familia para la pintura, la escultura, la literatura o la música. Hace poco asistí a la inauguración de una exposición de su hija Inés de Borbón-Dos Sicilias, que ha here- dado esas dotes artísticas.



Imitados

Desde el siglo XIV, cuando Felipe VI creó el título de duque de Orléans para su hijo Felipe de Valois, lo han ostentado segundones de la familia real de Francia. Algunos reinaron, como Luis XII –hijo del duque Carlos I de Orléans, el príncipe poeta, y de María de Cléveris– y el citado Luis Felipe, rey de los franceses, «por la gracia de Dios y la ley constitucional del Estado». Ese estilo de denominación se imitó luego por los reyes «de los belgas, de los búlgaros, de los helenos o de los albaneses». El ducado de Orléans fue «recreado» varias veces por los Valois. En época borbónica lo llevaron dos hijos de Enrique IV, Nicolás Enrique y Gastón.

S.A.R. Juan Duque de Vendôme
Pero es Felipe, primer «Prince du Sang», duque de Orléans, Chartres, Nemours y Montpensier, príncipe de Joinville, herma- no de Luis XIV, quien constituirá no sólo el tronco de la actual casa de Orléans –Phili- ppe Erlanger le llamó «el abuelo de Euro- pa»–, sino un ejemplo de la originalidad de esta familia. Le sucedieron varios Felipes y Luis Felipes hasta quien se hizo llamar desde 1792 «Felipe Igualdad». Radical y diputado de la Convención, firmó a favor de la pena de muerte para su primo Luis XVI, lo que no le evitó ser guillotinado por sus colegas jacobinos en 1793. Su hijo Luis Felipe vivió en Suiza, Estados Unidos, Inglaterra y Sicilia y reinó desde 1830, tras el destronamiento de su primo Carlos X. Liberal, «Rey Ciudadano o Burgués», adoptó la bandera tricolor ajena a la tradición borbónica.

En 1848, Luis Felipe perdió el trono y se estableció en Inglaterra, muriendo dos años más tarde. Había abdicado en su nieto Felipe (VII), conde de París, quien –tras morir en 1883 sin descendencia el nieto de Carlos X, Enrique de Borbón, conde de Chambord– asumió la jefatura de la casa de Francia, siendo contestado por los legitimistas que apoyaban al carlista Juan de Borbón, conde de Montizon. En 1886 la Ley de Exilio los expulsó de Francia. Se sucedieron como pretendientes orleanistas al trono Felipe (VIII), duque de Orléans, Juan, duque de Guisa –arqueólogo e historiador aficionado–, y Enrique, anterior conde de París,fallecidoen1999,querozólacorona en tiempos de De Gaulle. El actual jefe de la casa es su hijo Enrique, antes conde de Clermont, y ahora conde de París y «duque de Francia». Casó en 1957 con María Teresa de Württemberg. De sus cinco hijos, el ma- yor, Francisco, es inhábil pawra la sucesión debido a una toxoplasmosis congénita, por lo que el sucesor es Juan, duque de Vendôme, casado con Filomena de Tornos, padres de un hijo, Gastón. Tras divorciarse de María Teresa, hecha duquesa de Montpensier por su suegro, casó contra el parecer de éste –que durante un tiempo le retiró el título de conde de Clermont dán- dole el de conde de Mortain–, con Micaela Cousiño y Quiñones de León, hija del chileno Luis Maxi- miliano Cousiño y de la IV Mar- quesa de San Carlos, que con el tiempo recibió de su suegro el título de princesa de Jo- invillle. El 26 de septiem- bre de 2009 contrajo con ella matrimonio canónico tras muchos años de ha- ber casado civilmente. Ahora es ya ante la Iglesia condesa de París. En oc- tubre de 2013, el Tribunal de París reconoció a los hijos del anterior conde de París la propiedad de doscientas joyas y obras de arte, valo- radas en 20 a 25 millones de euros, gravadas con impuestos tan elevados que se ha afirmado que deberán subastarse en Sotheby’s. La sentencia confir- mó a la Fundación Saint-Louis como propietaria de inmuebles como el castillo de Amboise.

UNA BODA POLÉMICA

Enrique, conde de París, es el actual jefe delacasa.Apesardelaoposicióndesu padre, se casó en segundas nupcias con Micaela Cousiño, por lo que le fue retirado durante un tiempo el título de conde de Clermont

HEREDERO INESPERADO

De los cinco hijos de Enrique de Orléans,Juan, Duque de Vendôme, es el sucesor del linaje. Su hermano mayor, Francisco, fue inhabilitado para continuar la dinastía porque padeció una toxoplasmosis congénita.

Un amplio patrimonio

La Manoir du Coeur Volant (Louvecienne)
El Palais-Royal (izda.), construido en París por el cardenal Richelieu, pasó al hermano de Luis XIV. Poseyeron los castillos de Neuilly, Eu, Amboise (junto a estas líneas), Dreux, en cuya capilla está su panteón familiar, y los ya destruidos de Ran- dan o Bourbon-l’Archambault. Vivieron en Orleans House (Twickenham), Claremont House (Surrey), Stowe House (Buckinghamshire), el castillo de Nouvion-en-Thiérache, la Manoir d’Anjou y el castillo de Agiment –ambos en Bélgica–, la Quinta do Anjinho (Sintra) y la Manoir du Coeur Volant (Louveciennes), donde se establecieron en 1950 al abolirse la Ley de Exilio.

Amadeo Rey y Cabieses es doctor en Historia 
y miembro de la junta directiva de la Asociación Monárquica Europea

Publicado en La Razón el 04-01-2014