S.A.R. el Duque de Braganza |
Una de las
últimas veces que visité Lisboa estuve en la iglesia de San Vicente de
Fora, panteón de la casa de Braganza. Recorrí los marmóreos túmulos que
guardan los restos mortales de Juan IV, María II y el rey Fernando,
Carlos I, su hijo Luis Felipe o el último monarca, Manuel II. Allí, el 1
de febrero de cada año, fecha del terrible regicidio, se celebra una
Santa Misa por las almas de aquel monarca y su hijo. Asisten don Duarte,
duque de Braganza, jefe de la casa real de Portugal, y su mujer Isabel
de Herédia, duquesa de Braganza. Haber conocido a la familia real es un
honor y recorrer los lugares que simbolizan su paso por la historia un
placer y, en cierto modo, un deber de buena vecindad y de hermandad
ibérica.
Durante mucho tiempo, los monárquicos portugueses
estuvieron en vilo con la esperanza, ya felizmente cumplida, de que don
Duarte se casara y tuviera descendencia. Sus únicos dos hermanos,
Miguel, duque de Viseu, y Enrique, duque de Coimbra, son solteros.
Finalmente, se casó a los cincuenta años en una de las joyas de
Portugal, el Monasterio de los Jerónimos de Lisboa, en ceremonia
celebrada por el cardenal patriarca de Lisboa y con la asistencia del
presidente de la república, muchos ministros y 35 familias reales. Hoy,
él y doña Isabel son padres de Alfonso, príncipe de Beira, María
Francisca y Dionisio, duque de Oporto. Hace años Francisco de Braganza
van Uden, hijo de la infanta María Adelaida de Portugal, me comentaba de
la necesidad de la sucesión. Ahora está asegurada.
En
Portugal, vieja y noble nación, fue creado en 1442 el ducado de
Braganza por el rey Alfonso V para su medio tío Alfonso, conde de
Barcelos e hijo natural del rey Juan I, fundador de la dinastía de Avís.
Se convirtieron en la casa más poderosa del reino. Su imponente palacio
ducal en Vilaviçosa, con 110 metros de fachada, hecho construir por
Jaime, IV duque de Braganza, gozó de gran esplendor. En 1578, el rey
Sebastián I falleció en Alcazarquivir y le sucedió su tío abuelo Enrique
I, cardenal, que murió dos años después. Nuestro rey Felipe II (I de
Portugal), hijo de la emperatriz Isabel, infanta portuguesa, se
convirtió en soberano de ese país. Nuestros «Felipes» reinaron allí
hasta que en 1640 el VIII duque de Braganza devino en rey Juan IV tras
una sublevación finalizada con la muerte del secretario de Estado Miguel
de Vasconcelos y la partida de la virreina Margarita de Saboya, duquesa
de Mantua. Desde entonces, los Braganza han reinado en Portugal. Juan V
llenó Lisboa de hermosos edificios y de cuadros de grandes artistas.
José I, con el marqués de Pombal como ministro, reconstruyó la ciudad
tras el terrible terremoto de 1755.
La reina María II de la
Gloria contrajo segundas nupcias con Fernando de Sajonia-Coburgo-Gotha,
rey consorte Fernando II. Desde antiguo los monarcas portugueses
tuvieron predilección y vínculos con Inglaterra. El enlace de Catalina
de Braganza con el rey inglés Carlos II afianzó esas relaciones que el
matrimonio de Fernando II, primo de la reina Victoria y del príncipe
Alberto consolidaron.
Fernando fue artífice del romántico y
colorido castillo da Pena y de su parque, en Sintra, y pasó a la
historia como el «Rey Artista». Su hijo Pedro V modernizó Portugal, pero
murió joven sin hijos de la reina Estefanía, nacida princesa de
Hohenzollern-Sigmaringen. Le sucedió su hermano Luis I. De su matrimonio
con María Pía de Saboya nacieron el rey Carlos I, y Alfonso, duque de
Oporto. Carlos fue un notable pintor y un apasionado del mar, como su
amigo el príncipe Alberto I de Mónaco. Ambos impulsaron la Oceanografía
moderna y fundaron instituciones dedicadas al estudio marino. La
multitudinaria boda de Carlos, en 1886, con Amelia de Orléans, hija de
los condes de París, supuso un nuevo exilio para toda la familia de la
novia, quien trajo a los Braganza, de nuevo, la sangre capetin a. En
1908, Carlos I y su primogénito Luis Felipe fueron asesinados a tiros en
su carroza al pasar por el Terreiro do Paço. La reina Amelia,
esgrimiendo su ramo de flores, salvó al que sería Manuel II, sólo
levemente herido. Dos años después, éste perdería el trono.
Reconocimiento en su país
S.A.R. el Príncipe Afonso |
Así
como en España existió el carlismo, en Portugal tuvieron el miguelismo,
políticamente afín y encabezado por don Miguel, hermano de Pedro IV en
oposición a la hija de éste, doña María de la Gloria. La victoria de
ésta supuso el exilio de la rama miguelista. Pero, por esas vueltas que
da la genealogía, un descendiente de esa rama, don Duarte, hijo de don
Duarte Nuño y de la princesa brasileña María Francisca de
Orléans-Braganza, es el jefe de la casa ya que Manuel II no tuvo hijos
de su mujer Augusta Victoria de Hohenzollern-Sigmaringen. El duque de
Braganza goza de reconocimiento en su país, se sabe depositario de
siglos de historia y lucha en pro de Portugal –muchas veces a través de
la Fundación Manuel II– o de las que fueron sus colonias, como Timor
Oriental, Mozambique o Angola, transmitiendo a sus hijos ese sagrado
depósito y la responsabilidad de servir.
El castillo da Pena, un delirio romántico
Entrar
en Mafra es darse cuenta del poder de la corona portuguesa. Este enorme
«Escorial» luso tiene una magnífica biblioteca y una espléndida
iglesia. El castillo da Pena es un delirio romántico en un lugar idílico
y con prodigiosas vistas. Queluz, con sus salones y jardines, es la
quintaesencia de la exquisitez. Ajuda, domina Lisboa desde las alturas,
el palacio de las Necesidades es sede del Ministerio de Asuntos
Exteriores y el de Belem, residencia del presidente de la República,
mira hacia el Tajo.
Publicado en La Razón
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