lunes, 15 de febrero de 2010

La Vicepresidenta contra el Rey

La prudencia es una de las virtudes del buen gobernante y es otra más de las que le faltan a la vicepresidenta Fernández De la Vega. En sus declaraciones a propósito del posible papel del Rey en la concertación de un gran pacto que normalice la convulsa situación de España, Fernández tan sólo hubiera tenido que mirar a La Zarzuela para ejercitarse en la prudencia deseable. Es cierto que la vicepresidenta ha pasado del desbordamiento al desquiciamiento, en buena parte por las incertidumbres de su continuidad en el cargo, pero eso no es óbice para la irresponsabilidad de erigirse en portavoz no autorizada de la Casa Real, ni para dictar la agenda del Rey ni, menos aún, para mandar advertencias al monarca, utilizando así su figura a favor de la conveniencia del Gobierno.

La irresponsabilidad de Fernández se hace más patente en la doblez de su discurso: por un lado, si valora “la voluntad del Jefe del Estado de arrimar el hombro”, cosa que “está muy bien porque va en la línea de lo que el Gobierno está propiciando”, la vicepresidenta también sacó las uñas: “Abordar acuerdos es una responsabilidad exclusiva del Gobierno”. Al unir los dos mensajes antitéticos, lo que queda es un aviso al monarca: lo cierto es que, si el PSOE ha tenido la tentación recurrente –y contraria a los preceptos constitucionales– de apropiarse de la figura del Rey con la tácita amenaza de la deslealtad, es la primera vez que asistimos de un modo tan grave y tan explícito a un mensaje de estas características. Mensaje, por cierto, que da indicio de un Gobierno tan desarbolado que no duda en arremeter contra lo más inviolable.

Y es que la propia Constitución sitúa al Rey en un ámbito por encima de banderías políticas. En su Título II, el texto constitucional recoge el histórico caudal de sensatez que hizo que las monarquías parlamentarias fueran de los regímenes más prósperos y estables del mundo: en concreto, al Rey se le atribuyen las funciones simbólica, moderadora y arbitral. Sea cual sea el margen de incertidumbre del alcance de estas funciones, su desempeño por parte del monarca ha sido modélico, también por discreto. Y resulta más que loable que el monarca, con determinación y prudencia, ponga por obra esas funciones que la Constitución le encomienda contra la tentación de hacer de él una especie de bibelot con el que atraer turistas a Mallorca o cotizar a lo alto en el cuché internacional. Las funciones del Rey se configuran como actos debidos. En la grave circunstancia que atraviesa la nación, queda al arbitrio de cada cual pensar si el pacto favorece más a un partido que a otro, e incluso si es el momento necesario para llevarlo a cabo.

Contra esto, el monarca merece el aval de confianza de una ejecutoria brillante y la alabanza de su desvelo en pro de España. Y nunca se soslaye que el Rey alimenta sus decisiones con la mejor información. El aludido desvelo real viene de lejos: convocó discretamente a Zapatero y a Rajoy en La Zarzuela y, en los dos últimos mensajes de Navidad, urgió al establecimiento de pactos que no son sólo gestos de concordia, sino útiles imprescindibles para el futuro del país. El monarca puede permitirse tener esta visión que ha faltado a la clase política española en tantos ámbitos, de la educación a la política económica. Sin duda, al estar por encima de la refriega partidista, el Rey no satisface por entero las expectativas de ningún partido, pero ahí es donde entran en juego la prudencia, la responsabilidad y la lealtad institucional que no ha tenido Fernández.

Editorial de La Gaceta


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