¡Viva S.M. el Rey Don Felipe VI!

lunes, 22 de febrero de 2010
«Los Reyes acudieron al estadio porque ha cambiado el clima político en el País Vasco»
Barreda (PP) dice que "una minoría fanática" protagonizó la pitada y ve incuestionable que los Reyes acudan a estos actos
Destaca el aplauso de gran parte del público que asistió al Vizcaya Arena de Barakaldo y aboga por esquivar los "cantos de sirena" de la izquierda abertzale MADRID, 22 (EUROPA PRESS) El portavoz del PP en el Parlamento vasco, Leopoldo Barreda, aseguró hoy que la "triste pitada" dedicada ayer por una parte del público que poblaba las gradas de la final de la Copa del Rey de Baloncesto, celebrada en el Vizcaya Arena de Barakaldo, a su Majestades los Reyes, fue protagonizada por "una minoría radical y fanática" del público y no "por todo" el conjunto de aficionados.
Además, Barreda consideró incuestionable que el Monarca y la Reina asistan a este tipo de actos porque "efectivamente tienen que estar allí" y porque "ese es el papel que tienen que cumplir". "Son los lugares donde les corresponde estar y no es posible planteárselo de otro modo porque una minoría radical y fanática, en este caso también antideportiva, trate de orquestarla, o consigan hacer más ruido en un recinto cerrado", argumentó.
A su juicio, la pitada fue protagonizada por una "minoría ruidosa", que se contrapone a la mayoría de las personas que asistieron a la final de la Copa. La mayor parte del público "quería disfrutar de un espectáculo deportivo" y no se encontraba en el lugar "por otros motivos", esgrimió.
Así, afirmó que son "muchos" los que esperan ver jugar a la Selección Nacional de Fútbol en el País Vasco o ver pasar una etapa de la Vuelta Ciclista por tierras vascas, ya que "durante décadas fue organizada por el diario El Correo Español". "La Copa del Rey de Baloncesto ha sido todo un hito en este sentido", valoró el portavoz del PP.
Barreda manifestó que esa es la dirección que sigue la sociedad vasca, "una sociedad mucho más normalizada y más homogeneizada con el conjunto de la sociedad española de lo que muchos quisieran", que vive ciertos acontecimientos "con la misma pasión y afición que en otros lugares". "Lo que deseamos es que esto se repita todas las veces que sean posibles por mucho que grite alguna minoría fanática. Su presencia representa todo un símbolo", expreso.
"CANTOS DE SIRENA" ABERTZALES
Por otro lado, cuestionado acerca del documento recientemente publicado por una 'facción interna' de la Izquierda Abertzale en el Diario Gara, el dirigente del PP vasco consideró que el "famoso" documento "no aporta nada nuevo" y advirtió que no hay que dejarse llevar "por los cantos de sirena de la Izquierda Abertzale". "Es un lenguaje que ya se ha oído, son formulaciones que ya hemos conocido y que ya hemos visto en qué han terminado", precisó al tiempo que indicó que incluso Ibarretxe "recordaba esto ayer".
Lo cierto es que "sólo hay dos datos claros y el resto se mueve en la especulación", insistió Barreda, para quien la realidad sigue siendo que "ETA, todos los días, sigue preparándose para matar y para extorsionar". "Siguen tratando de montar las logísticas en Portugal u otros lugares", por lo que resulta necesario "no dejarse llevar por los cantos de sirena y seguir en el esfuerzo de tolerancia cero", dijo.
"Evidentemente, su única obsesión es buscar una vía para presentarse a las elecciones municipales de 2011. El objetivo de quien ha montado esta campaña no es pedir a ETA que abandone las armas ni disolverse, sino ir a las elecciones y al día siguiente estar como estábamos la víspera", apuntó.
Fuente: Yahoo noticias
lunes, 15 de febrero de 2010
La Vicepresidenta contra el Rey
La irresponsabilidad de Fernández se hace más patente en la doblez de su discurso: por un lado, si valora “la voluntad del Jefe del Estado de arrimar el hombro”, cosa que “está muy bien porque va en la línea de lo que el Gobierno está propiciando”, la vicepresidenta también sacó las uñas: “Abordar acuerdos es una responsabilidad exclusiva del Gobierno”. Al unir los dos mensajes antitéticos, lo que queda es un aviso al monarca: lo cierto es que, si el PSOE ha tenido la tentación recurrente –y contraria a los preceptos constitucionales– de apropiarse de la figura del Rey con la tácita amenaza de la deslealtad, es la primera vez que asistimos de un modo tan grave y tan explícito a un mensaje de estas características. Mensaje, por cierto, que da indicio de un Gobierno tan desarbolado que no duda en arremeter contra lo más inviolable.
Y es que la propia Constitución sitúa al Rey en un ámbito por encima de banderías políticas. En su Título II, el texto constitucional recoge el histórico caudal de sensatez que hizo que las monarquías parlamentarias fueran de los regímenes más prósperos y estables del mundo: en concreto, al Rey se le atribuyen las funciones simbólica, moderadora y arbitral. Sea cual sea el margen de incertidumbre del alcance de estas funciones, su desempeño por parte del monarca ha sido modélico, también por discreto. Y resulta más que loable que el monarca, con determinación y prudencia, ponga por obra esas funciones que la Constitución le encomienda contra la tentación de hacer de él una especie de bibelot con el que atraer turistas a Mallorca o cotizar a lo alto en el cuché internacional. Las funciones del Rey se configuran como actos debidos. En la grave circunstancia que atraviesa la nación, queda al arbitrio de cada cual pensar si el pacto favorece más a un partido que a otro, e incluso si es el momento necesario para llevarlo a cabo.
Contra esto, el monarca merece el aval de confianza de una ejecutoria brillante y la alabanza de su desvelo en pro de España. Y nunca se soslaye que el Rey alimenta sus decisiones con la mejor información. El aludido desvelo real viene de lejos: convocó discretamente a Zapatero y a Rajoy en La Zarzuela y, en los dos últimos mensajes de Navidad, urgió al establecimiento de pactos que no son sólo gestos de concordia, sino útiles imprescindibles para el futuro del país. El monarca puede permitirse tener esta visión que ha faltado a la clase política española en tantos ámbitos, de la educación a la política económica. Sin duda, al estar por encima de la refriega partidista, el Rey no satisface por entero las expectativas de ningún partido, pero ahí es donde entran en juego la prudencia, la responsabilidad y la lealtad institucional que no ha tenido Fernández.
Editorial de La Gaceta
La Corona debe cuidarse
La sobreexposición mediática del papel político del Rey se agrava con la percepción que, en estos momentos, comparten muchos españoles: la cesión de Don Juan Carlos de su requerida neutralidad y su consiguiente confort con el actual Gobierno de izquierdas. Quizá esta querencia tenga voluntad táctica y pragmática, pero no por eso es menos evidente, ni deja de ser una recaída en una recurrente tentación de su reinado. Y lo malo es que, evaluado en esos mismos términos de pragmatismo y táctica, la comodidad del Rey con la izquierda no se puede explicar como un intento de mejora de su imagen, sino como la voluntad de asegurar su posición institucional contando con el respaldo de un Gobierno que, precisamente por su condición de izquierdas, siempre hace pender sobre los hombros del Rey la amenaza de su falta de adhesión. Así se pudo ver cuando el Gobierno quiso utilizar al monarca en el caso Haidar, para tapar sus vergüenzas: como siempre, el chantaje de la izquierda estaba implícito.
Que exista esa amenaza de la izquierda no debe implicar que el Rey se someta a ella. La Corona debe cuidar mucho sus compañías. Si el monarca ha de llevarse con Gobiernos de izquierdas y de derechas, cabe señalar que, en tiempos anteriores a los del actual jefe de la Casa del Rey, Alberto Aza, concretamente en los del añorado Sabino Fernández-Campo, la ecuanimidad se mantuvo en todo momento.
Ciertamente, Don Juan Carlos ha tenido cuidado de no repetir el mal precedente histórico que sentó Alfonso XIII en su viraje a la derecha, pero el actual monarca hace mal en proyectar su holgura hacia la izquierda: en primer lugar, porque el apoyo social de la derecha es, con justicia, crecientemente exigente y crítico y, en segundo lugar, porque, una vez que el Rey deja de estar por encima de la vida partidista, deja también, de modo automático, de ser el Rey de todos los españoles, cuestión aún más dolorosa para una derecha que ve menospreciado su tradicional respaldo al Monarca. Si los españoles han sido históricamente críticos con que sus reyes se metan en política, Don Juan Carlos debería, más que nunca, ceñirse a “esa esclavitud precisa que trae consigo la Corona” a la que aludía Felipe II, y hacer visible, como mínimo, su imparcialidad.
Esa distancia es la que se ha echado en falta cuando el Rey ha caído en los clichés del zapaterismo en sus discursos o, más singularmente, cuando, con su actitud, parece no reconocer que la crisis de España no es sólo económica sino moral, política e institucional. Por lamentable que resulte, la buena prensa que la Corona pueda eventualmente conseguir en la izquierda, no garantiza ni el apoyo mediático y político de esa misma izquierda encantada de disponer del Rey a su antojo, ni merma el creciente desapego de la derecha hacia el monarca. Y esto es muy grave.
Editorial de La Gaceta
El Rey en el avispero

Los usos y derivas del actual inquilino de La Moncloa –el último la prohibición de estar presentes en la toma de posesión de Lobo en Honduras–, hacen difícil suponer que el Gobierno de Zapatero no esté detrás –por supuesto que la conocía– de la iniciativa real y de su nota de prensa. Pero como a este Gobierno, últimamente, casi todo le resulta tiro por la culata, tampoco sorprende que haya calado la impresión siguiente: peor de lo que nos dicen tienen que estar las cosas y, además, ninguna confianza debe tenerse en las aptitudes de Zapatero para que, ni más ni menos que el Rey tenga que intervenir gestionando los acuerdos de Estado. ¿El Rey en socorro de Zapatero? Para evitar que esta sospecha cuaje en dogma, no tanto por el socorro cuanto por la confesión de ineptitud, la vicepresidenta De la Vega dispara a la línea de flotación real recabando para el Gobierno la exclusiva responsabilidad de gestionar acuerdos y pactos. Y, tras ella, bastantes personajes del PSOE, junto con la batería mediática, se dedican a un doble atrezzo. De un lado, critican la iniciativa del Rey, poniendo en duda que sea constitucional o definiéndola con descaro como “borboneo” intolerable. De otro lado, abofetean a Rajoy en las dos mejillas: en la derecha por insolidario, antipatriota e irresponsable porque, prefiriendo que la crisis entierre a Zapatero, se niega a los pactos que salvarían España; en la izquierda, hurgando en la tesis de que Rajoy no es mejor que Zapatero, que no goza del favor popular ni de liderazgo en su partido y que, por tanto, no es alternativa válida de Gobierno en la crisis actual.
Si nos mantenemos en el escenario anómalo y enfermo, nuestro análisis del avispero debe añadir otras artimañas. Por ejemplo, las próximas elecciones catalanas. ¿Qué será del actual tripartito y qué de la aspiración de CiU a la Generalitat? Maragall y Castells ven venir el desastre y ponen distancias a la ilusión de Montilla, cuyas posibilidades están vinculadas al independentismo catalán. Sabedor del desgaste del tripartito, sobre todo por su lado más radical, Duran i Lleida se ha apresurado a rescatar el tradicional seny del centro político catalanista para, solicitando acuerdos de Estado a los dos grandes partidos nacionales y ofreciéndose como socorro al Gobierno de Zapatero; a demostrar al electorado catalán que son la fuerza más responsable, sensible a los problemas reales, moderada y capacitada para Cataluña y para “su relación con España” en la crisis actual. Sólo con esta maniobra, CiU ha ganado posición y prestigio. No importa que no logre mediar acuerdos, ni que alguna de sus propuestas sea adoptada por el Gobierno. Pero si le aceptan alguna, miel sobre hojuelas, el mérito será de CiU, el partido razonable, responsable y capaz. Actuando “electoralmente” ¿qué interés real pueden tener CiU o el PSC en que Zapatero y Rajoy alcancen unos pactos de Estado? ¿Qué pacto de Estado, verdaderamente “de Estado”, cabría sobre el Estatut y sobre el resto de la organización autonómica, que ofrecido por Zapatero pudiera aceptar Rajoy, que no cercenase bastante los poderes que disfruta el tripartito y que espera heredar CiU?
Ahí está uno de los meollos nacionales. Es un secreto a voces que la deriva de las autonomías ha convertido al Estado en insostenible en lo económico e inviable en lo político. De manera que hoy, en España, se ha producido un círculo vicioso letal entre el desastre económico y el político. Muchos opinan, incluso, que la carcoma política es el principal factor patógeno y que no habrá regeneración socioeconómica sin previa regeneración política. En este punto neurálgico es donde el mayor problema es Zapatero. Entre sus “éxitos” hay que destacar la destrucción del espíritu de consenso de la Transición y la huida hacia delante en la bilateralidad y desorganización de la unidad nacional que supuso su personal impulso al Estatut. A estos antecedentes hay que añadir sus perlas de incapacidad y mendacidad: sus perjurios electorales del 2008 sobre el pleno empleo y sobre la inexistencia de la crisis. En un escenario político normal, Zapatero debería haber dimitido. Los pactos de Estado necesitan otro escenario político y otros personajes, los que legitima una acción clara y expresa de la soberanía popular. En suma, se necesitan unas elecciones generales y, tras ellas, los pactos de Estado.
¿Podrá la iniciativa del Rey socorrer la agonía de Zapatero, evitando su dimisión o la anticipación de las elecciones? ¿Qué protagonista puede precipitar acontecimientos? No, desde luego, el honor político. El protagonista será el “pan” –la economía– con lo que no se juega.
Pedro-Juan Viladrich
Catedrático de Universidad y vicepresidente de Intereconomía.
Fuente: La Gaceta