Primer Manifiesto de Estoril de Don Juan, Conde de Barcelona, de 7 de abril de 1947
Españoles:
El General Franco ha anunciado públicamente su propósito de presentar
a las llamadas Cortes un proyecto de Ley de Sucesión a la Jefatura del
Estado, por el cual España queda constituida en Reino, y se prevé un
sistema por completo opuesto al de las Leyes que históricamente han
regulado la sucesión a la Corona.
En momentos tan críticos para la estabilidad política de la Patria,
no puedo dejar de dirigirme a vosotros, como legítimo Representante que
soy de vuestra Monarquía, para fijar mi actitud ante tan grave intento.
Los principios que rigen la sucesión de la Corona, y que son uno de
los elementos básicos de la legalidad en que la Monarquía Tradicional se
asienta, no pueden ser modificados sin la actuación conjunta del Rey y
de la Nación legítimamente representada en Cortes. Lo que ahora se
quiere hacer carece de ambos concursos esenciales, pues ni el titular de
la Corona interviene ni puede decirse que encarne la voluntad de la
Nación el organismo que, con el nombre de Cortes, no pasa de ser una
mera creación gubernativa. La Ley de Sucesión que naciera en condiciones
tales adolecería de un vicio sustancial de nulidad.
Tanto o más grave es la cuestión de fondo que el citado proyecto
plantea. Sin tener en cuenta la necesidad apremiante que España siente
de contar con instituciones estables, sin querer advertir que lo que el
país desea es salir cuanto antes de una interinidad cada día más
peligrosa, sin comprender que la hostilidad de que la Patria se ve
rodeada en el mundo nace en máxima parte de la presencia del General
Franco en la Jefatura del Estado, lo que ahora se pretende es pura y
simplemente convertir en vitalicia esa dictadura personal, convalidar
unos títulos, según parece hasta ahora precarios, y disfrazar con el
manto glorioso de la Monarquía un régimen de puro arbitrio
gubernamental, la necesidad de la cual hace ya mucho tiempo que no
existe.
Mañana la Historia, hoy los españoles, no me perdonarían si
permaneciese silencioso ante el ataque que se pretende perpetrar contra
la esencia misma de la Institución monárquica hereditaria, que es, en
frase de nuestro Balmes, una de las conquistas más grandes y más felices
de la ciencia política.
La Monarquía hereditaria es, por su propia naturaleza, un elemento
básico de estabilidad, merced a la permanencia institucional que triunfa
de la caducidad de las personas, y gracias a la fijeza y claridad de
los principios sucesorios, que eliminan los motivos de discordia, y
hacen posible el choque de los apetitos y las banderías.
Todas esas supremas ventajas desaparecen en el proyecto sucesorio,
que cambia la fijeza en imprecisión, que abre la puerta a todas las
contiendas intestinas, y que prescinde de la continuidad hereditaria,
para volver, con lamentable espíritu de regresión, a una de esas
imperfectas fórmulas de caudillaje electivo, en que se debatieron
trágicamente los pueblos en los albores de su vida política.
Los momentos son demasiado graves para que España vaya a añadir una
nueva ficción constitucional a las que hoy integran el conjunto de
disposiciones que se quieren hacer pasar por leyes orgánicas de la
Nación, y que además, nunca han tenido efectividad práctica.
Frente a ese intento, yo tengo el deber inexcusable de hacer una
pública y solemne afirmación del supremo principio de legitimidad que
encarno, de los imprescriptibles derechos de soberanía que la
Providencia de Dios ha querido que vinieran a confluir en mi persona, y
que no puedo en conciencia abandonar porque nacen de muchos siglos de
Historia, y están directamente ligados con el presente y el porvenir de
nuestra España.
Por lo mismo que he puesto mi suprema ilusión en ser el Rey de todos
los españoles que quieran de buena fe acatar un Estado de Derecho
inspirado en los principios esenciales de la vida de la Nación y que
obligue por igual a gobernantes y gobernados, he estado y estoy
dispuesto a facilitar todo lo que permita asegurar la normal e
incondicional transmisión de poderes. Lo que no se me puede pedir es que
dé mi asentimiento a actos que supongan el incumplimiento del sagrado
deber de custodia de derechos que no son solo de la Corona, sino que
forman parte del acervo espiritual de la Patria.
Con fe ciega en los grandes destinos de nuestra España querida, sabéis que podéis contar siempre con vuestro Rey.
JUAN
Estoril, 7 de abril de 1947
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