16 DIC 2011 | Editorial de La Gaceta
Ante un envite tan complejo como el que se enfrenta España era importante el mensaje de firmeza y estabilidad que se desprende del encuentro que mantuvieron el Rey y el próximo presidente del Gobierno. Mariano Rajoy le transmitió ayer al Jefe del Estado que la mayor preocupación es la crisis y las prioridades básicas, “la reducción del déficit, la reforma laboral y la reestructuración del sistema financiero”. El enemigo número uno al que deberíamos unirnos todos los españoles, aparcando nuestras diferencias y dejando atrás partidismos contraproducentes no es otro que el colapso económico. Así lo manifestó Rajoy nada más ganar los comicios, así se lo ha hecho saber al Rey y esa va a ser la partitura que va a interpretar su Gobierno en cuanto tome posesión. Y así lo deberían entender las demás formaciones políticas, comenzando por el PSOE. No es este el momento de las divisiones o de las guerras intestinas, sino de remar juntos en la misma dirección.
Rajoy no ha edulcorado la realidad –como sí ha estado haciendo su predecesor en La Moncloa– y no le ha temblado el pulso al hacer el diagnóstico de la crisis: “más que difícil, la situación es muy difícil”. Ya adelantó ayer que presentará en el debate de investidura medidas “gratas” y “no gratas” y que la ciudadanía sabrá entenderlas.
Cada vez que ha habido cambio de presidente, el Jefe del Estado ha recibido al nuevo inquilino de La Moncloa ofreciéndole respaldo institucional ante la nueva etapa. Mucho lo va a necesitar Rajoy ante la ingente tarea que tiene por delante, con una crisis no sólo económica, sino también de valores. Pero tampoco el Rey anda sobrado de apoyos en un momento en que, a raíz del caso Urdangarín, determinados sectores cuestionan de forma interesada a la institución monárquica. Rajoy cree que las investigaciones sobre Urdangarín no afectarán a la Casa del Rey porque “los ciudadanos saben distinguir”.
En este sentido, PP y PSOE han aportado un ápice de sensatez institucional al manifestar su apoyo incondicional a la Corona, dos días después de que Amaiur, ERC e IU se estrenaran en el Congreso pidiendo frívolamente la independencia y la república. El marco constitucional está claro desde hace tres décadas pero ciertas formaciones parecen no darse por enteradas en su delirio identitario o en su peculiar e interesada Memoria Histórica.
Afortunadamente quien sí conoce perfectamente su papel moderador es D. Juan Carlos, que demuestra mucho más sentido institucional y más realismo. Un realismo que empieza por hacerse cargo de la compleja encrucijada del país. Nos aguardan “tiempos difíciles”, advirtió en el almuerzo de despedida de la legislatura. El monarca es plenamente consciente de los dos retos a los que se enfrenta España en el momento más crítico desde esa Transición que él mismo pilotó. Los dos, por cierto, “ganar la batalla del paro” y “consumar la victoria contra el terrorismo” son herencias tóxicas de Zapatero. El primer caso es obvio, el segundo más sutil y por eso D. Juan Carlos habla de victoria, pero una victoria incompleta, que aún no está consumada. Que ETA no haya entregado las armas, que los proetarras no hayan pedido perdón y que Amaiur plantee un sibilino chantaje bajo un disfraz democrático –como intentó hacer ayer su líder Errekondo, instrumentalizando la figura del Jefe del Estado– demuestran que quedan demasiados y complejos frentes abiertos para que resulte cercana la resolución del mismo conflicto vasco que el propio D. Juan Carlos ya se encontró cuando llegó al trono hace 36 años.
Fuente: La Gaceta
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