viernes, 22 de agosto de 2008

La Monarquía y la Unión Europea

por Juan Marcos Vallejo García


"Tres de enero de 2020. Nos encontramos en el salón de Plenos del Parlamento Europeo de Estrasburgo. Dentro de unos momentos tendrá lugar la ceremonia oficial de relevo en la jefatura del Estado Federal Europeo.

E
n unos instantes, Su Majestad la Reina Victoria I de Suecia pronunciará un breve discurso, tras el cual Su Majestad Felipe VI de España pasará a sucederla y por tanto a ostentar la máxima magistratura europea durante el año que ahora comienza ..."

E
sto, que ahora parece un relato de política-ficción, bien podría ser una realidad dentro de unos 30 ó 40 años, o incluso antes.

E
uropa está en plena transformación, está sufriendo unos cambios que nos hacen difícil seguirlos y entenderlos, no por la rapidez con que se suceden, sino más bien por su trascendencia y su significado. ¿Quién iba a predecir hace sólo unos años el derrumbamiento de la URSS, el nacimiento de nuevos países, o la desaparición de otros como es el caso de Yugoslavia?

P
ues bien, como es lógico, las formas de Gobierno desaparecen, se transforman o renacen, siendo esto último lo que sucede ahora con la Monarquía.

D
espués de setenta años, podemos ver retratos de S.M. el Zar Nicolás II siendo portados por la multitud enfrente mismo del mausoleo de Lenin, o miles de ciudadanos pedir en Sofia el regreso de S.M. el Rey Simeón II. Es claro, pues, que la Monarquía resurge hoy con fuerza, a pesar de quienes ya habían firmado su acta de defunción.

P
ero, ¿cuál es el papel de la Institución monárquica en una Europa unida, en la que habrá Estados republicanos? ¿Qué papel aguarda a los soberanos de unos Reinos que se habrán diluido en una nueva entidad supranacional?

U
na cosa está clara, y es que si a la Monarquía no se le da cabida en el nuevo esquema europeo, correrá el riesgo de quedar, ahora sí, en un adorno, en una reliquia del pasado sin ninguna utilidad, con lo que estaríamos malgastando su inmenso potencial sobradamente demostrado hasta ahora como es el caso español.

C
on el fin de evitar esta situación, lo ideal sería darle el papel que por derecho le corresponde, es decir, si los Estados nacionales independientes de Europa nacieron en su mayor parte de la mano de la Institución monárquica, qué mejor reconocimiento para ella que otorgarle la suprema representación de la Europa unida.

L
a forma de articular esta representación sería decidida por el Parlamento Europeo, pero bien podría ser a través de un sistema rotatorio entre todos los soberanos, siguiendo el ejemplo actual de la presidencia de la Comunidad Europea, pero en este caso tal vez fuese mejor un período más largo que seis meses, por ejemplo un año.

P
or supuesto, como corresponde a un poder moderador y de arbitrio, esta alta magistratura carecería de todo poder, quedando depositado éste en el jefe del Gobierno Federal Europeo.

C
on esto se evitarían los enfrentamientos electorales entre partidos a la hora de decidir quién ocuparía este puesto, así como recelos partidistas y nacionalistas, ya que la Monarquía es de todos y para todos, esto sin mencionar que las Familias Reales europeas mantienen lazos familiares entre ellas.

A
sí, Europa demostraría al mundo que, a la vez que avanza hacia nuevas formas de convivencia y desarrollo, no olvida quién ha ido forjando su historia y es depositaria de ella, la Monarquía.

S
eguramente, a más de uno le parecerá todo esto una idea peregrina. ¿Acaso en su momento no lo fue también el imaginar los sucesos que estamos viviendo? De todas formas, tal vez sería bueno meditar sobre el futuro de las Monarquías en una Europa que se transformará rápidamente y camina hacia su unidad política y social.


Publicado en Monarquía Europea Nº 7/8 - Año III - Octubre 1993

1 comentario:

Anónimo dijo...

Excelente el artículo. Ojalá llegue ese día que se preconiza en esta publicación. A tenor de los problemas internos que vive la Unión Europea, opino que ésta necesita un "Jefe de Estado", por así decir, que sea capaz de hacerla progresar y hacerla más eficiente.
Esperemos que en un futuro cercano, toda la Unión pueda decir "¡Viva la Monarquía!¡Viva el Rey!".
Desde ya, me adhiero a la exclamación. ¡Viva el sistema monárquico que tanto bien nos ha traido a lo largo de los siglos!